Cuando Cristóbal Colón descubrió América, iniciando con ello la colonización del nuevo mundo, en la corona de Castilla establecieron una serie de requisitos indispensables para todo aquel que quisiera aventurarse a poblar los nuevos territorios y comenzar a explotarlos. Entre éstos se encontraba la obligatoriedad de cultivar allí algunas variedades de plantas, cereales y árboles frutales. Así fue como la caña de azúcar, la vid y la naranja llegaron a las diferentes zonas exploradas y conquistadas por las expediciones castellanas para ser explotadas. Y así fue como, gracias a aquella normativa, ciertas zonas del nuevo mundo se especializaron en la producción de vinos y destilados originarios a partir de aquellas variedades agrícolas.
Cuba pasó a ser un centro destacado de producción de azúcar, y con el paso de los años fue también el epicentro mundial del ron. En Chile, Perú y California arraigaron muy bien las vides. De ahí que este estado de Norteamérica sea uno de los grandes productores de vino, y que en Chile y Perú hayan hecho del pisco una bebida nacional. Lo que es menos conocido es el caso del Curaçao, una bebida originaria de la isla que lleva su mismo nombre y que, al contrario de lo que pasó con el ron, el vino y el pisco, su éxito fue más fruto del fracaso de un cultivo que del éxito del mismo.
En 1499 una expedición capitaneada por Alonso de Ojeda desembarcó en la isla. Desde entonces y a lo largo del siglo posterior el territorio fue colonizado por los españoles, que a partir de 1526 comenzaron a introducir naranjos dulces procedentes de Valencia, ya que creían que el clima suave de la zona facilitaría su cultivo. Sin embargo se encontraron con un efecto indeseado: el suelo era pobre en nutrientes, el ambiente era árido y las lluvias poco frecuentes. Como consecuencia, los frutos que obtenían eran amargos hasta el punto de que decidieron abandonar su cultivo, ya que no veían que fuera a salirles rentable. Con el paso de los años aquel fracaso dio lugar a una nueva variedad de naranja llamada citrus curassaviensis o, como pasó a ser conocida en la isla, laraha.
Dos siglos después de la ocupación española Curaçao pasó a manos holandesas. Los holandeses, expertos en comercializar cualquier cosa que encontraban en sus viajes, observaron que los esclavos de la isla utilizaban las naranjas silvestres de los árboles que habían abandonado los españoles para elaborar una bebida alcohólica muy amarga. Se dieron cuenta también de que la piel de esas larahas, cuando se secaba al sol, desprendía un aroma muy suave y agradable, mucho más intenso que el de las naranjas dulces. Así que idearon una forma de sacarle partido al invento separando la piel del fruto, secándola y destilándola en aguardiente junto con azúcar y especias como el clavo o el coriandro para obtener una bebida que primero exportaron a Holanda y, más tarde, se hizo famosa en todo el mundo: el Curaçao.
Hoy día el Curaçao es un destilado muy utilizado en coctelería. Es un licor destilado de naranjas que cumple una función similar al Cointreau y al Grand Marnier, aunque con sus propias peculiaridades, que aporta una nota seca y aromática a la base de cócteles clásicos. Hacia finales del siglo XIX comenzaron a elaborarse diferentes tipos de Curaçao y en la década de 1920 irrumpió uno muy particular que utilizaba colorante alimentario para teñir de azul el destilado: el Blue Curaçao. Poco después este licor azul pasaría a formar parte de la lista de ingredientes característicos de la coctelería tiki.